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(18/1/2016 - TELAM)
Con base en una banda sonora que
abreva en espectáculos icónicos de la revista europea y
estadounidense y grabaciones en varios idiomas -incluidos
algunos pasajes vernáculos-, con un elenco de varones y
mujeres donde prima lo ambiguo y lo provocativo, emulado por
el habitual vestuario espectacular del grupo y el modo de
relojería con que es manipulado.
Una de las características de estos espectáculos es que el
público suele disfrutar de alguna bebida sobre pequeñas
mesitas circulares, lo que lo acerca más al café-concert o
un cabaret que al teatro, y que los pequeños escenarios
prácticamente desnudos parecen ampliarse en función de los
colores, los cuerpos y las plumas.
Otra de sus características es poner énfasis en lo gay sin
caer en lo vulgar, en ese humor de corte televisivo que
antaño ponía a esas personas en un lugar de burla -ni
siquiera hay una autoburla-: por su refinado sentido
artístico lo gay encuentra en el grupo una explicitud que no
ofende a nadie, ni al artista ni al público hétero.
Con la actuación de Soares más Marcelo Iglesias, Gabriela
Figueroa, Juan Salas, Viviana Fiorito, Mauricio Guzmán,
Johanna Ferrau, Facundo Vivona, el show se sirve del recurso
de la fonomímica, algo tan viejo como cuando a Alfredo
Barbieri se le rayaba el disco en una película, pero que
Caviar lleva al punto de lo perfecto.
Sin la melancolía que habitualmente bordeaba los
espectáculos del grupo en tiempos de Casanovas -su
caracterización de Edith Piaf era emblemática-, el estreno
del Maipo apunta a otras cosas, tal vez porque los tiempos
cambiaron en forma ostensible y las diversidades ya no
provocan conmoción.
El transformismo se ganó su lugar en la escena porteña desde
hace muchos años, pero Caviar se da el lujo de jugar con la
confusión permanente, aun cuando los actores varones no
utilicen rellenos para simular bustos y puedan bromear con
su exagerada altura o la talla de sus zapatos.
Como viene sucediendo, en el difícil arte de actuar sobre
voces ajenas y grabadas, Soares y los suyos construyen
verdaderos personajes en los breves esquicios, con ejemplos
de gran hilaridad como el de ese aviso publicitario tan “vintage”,
o el de la suerte de Leslie Caron o similar con manguera.
En ese cuadro de relojería en el que el público se pregunta
cómo los intérpretes cambian de atuendo y maquillaje -casi
siempre muy recargado- hay números como el de “Todo vale” (Anything
goes), con voces perfectas y difíciles de mimar al no poder
emitir sonido, que hacen de esta clase de juegos una
demostración artística mayor.
Es por eso que el grupo se ha transformado con los años en
ícono de la comunidad homosexual, por lo menos desde su
espectáculo "Fénix", de 1984 -Casanovas había llegado a la
Argentina cuatro años antes y realizado algunos borradores
de lo que fue Caviar-, y su esencia nunca se perdió.
El espectáculo que se ve hoy está, sin embargo, inaugurando
una nueva etapa, porque Soares, su principal responsable, su
factotum, su patrón, sabe que los tiempos han cambiado y que
se puede mover con mayor libertad, que otros públicos se
sumaron al disfrute y que lo que requiere es más que nada
diversión de calidad.
No hay chabacanería en el pequeño escenario, sino una fusión
de géneros que le permite a través de brevísimos episodios
pasar del goce coreográfico a segmentos de humor
deschavetado.
Fuente: TELAM
#caba #caviar #teatro
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